17 abril 2010

Series de cine: El ala oeste de la Casa Blanca. La métrica del poder



Al revés que en el cine en la series el termino autor es poco utilizado. Aunque esa tendencia está cambiando, el menudo de la televisión siempre ha dado la imagen de ir pasos atrás que otros artes como el cine y la pintura. Y en realidad es algo bastante injusto porque, por poner un ejemplo, Valerio Lazarov podía ser considerado un autor independientemente que gustara más o menos lo que hacia. Pero si alguien puede ser considerado un verdadero autor dentro de la televisión es Aaron Sorkin. El guionista y dramaturgo creo y elaboro una de las obras cumbres de la historia de la televisión, El ala oeste de la Casablanca. Y el termino crear nunca tuvo tanto sentido ya que escribió desde la primera a la última letra de los guiones de la serie, controlando cada coma y el ritmo de cada frase. Lo hizo hasta que el estrés y las drogas tuvieron que dejar la serie en otras (y sabias manos) en sus últimas temporadas. Y la verdad es que aunque ese control no iría bien para su salud sí lo hizo para El ala oeste de la Casablanca ya que estamos antes una de las ficciones más apasionantes y mejor escritas jamás vistas en televisión o en cine

Porque El ala oeste de la Casablanca es lo que indica el título ni más ni menos. La vida diaria en el lugar de trabajo del hombre más poderoso del mundo. Pero la gracia de todo esto es que no se centraba en la vida y milagros del presidente de Estados Unidos. Es más, aquí este personaje (interpretado por Martin Sheen) es un secundario de lujo. Sorkin se centra en los personas que realmente dominan el mundo (aparte de los grandes empresarios), los que rodean al presidente, sus consejeros, los trabajadores de este ala oeste. Y la serie no pretende ni magnificar ni empequeñecer la historia, aquí lo que importa es el día a día de estos trabajadores, y si la trama es la aprobación de una ley sobre impuestos en el Congreso, ese es el argumento. Pero la clave está en cómo contar las cosas y en eso Sorkin es un maestro. Unos diálogos largos y de ritmo infernal (esos duelos Janel Moloney contra Bradley Whitford de las primeras temporadas) hacían que hasta el más mínimo detalle de la serie resultara apasionante. Es más, el peligro de sentirte acomplejado ante tal nivel de inteligencia que ves en pantalla es alto.



Los diálogos de Shakespeare necesitaban grandes actores para recitarlos. Lo mismo sucede en El ala oeste de la Casablanca. El gran nivel dialéctico sólo podía contar con un reparto de altura. Y estamos ante una de las mayores exhibiciones actorales que se hayan podido ver. De la serie, que no tenia un protagonista claro, destacaba ese quinteto de la muerte formado por Allison Janney (¿alguien me va a vender que Meryl Streep es mejor actriz que ella? Entonces, ¿por qué no es una superestrella con veinte nominaciones al Oscar?), Richard Schiff (cuantas cosas podía decir con apenas un par de gestos), John Spencer (descanse en paz, maestro), Bradley Whitford y Rob Lowe. Aunque la serie contó con grandísimos actores ese quinteto estableció una química que sintieras cercanos a esos hombres tan poderosos.

Con la baja de Sorkin siempre se ha dicho que la serie bajo de calidad cuando quedo en manos de John Wells. Lo siento pero no es mi opinión. Las cinco temporadas de la serie son de matricula de honor dejando un cum laude para la séptima. Va de un joven congresista hispano (Jimmy Smits, soberbio) que intenta convertirse en presidente de los Estados Unidos venciendo a un veterano republicano (Alan Alda, más soberbio todavía) y con un programa electoral arriesgado con un plan de educación revolucionario. ¿Suena de algo? A lo mejor si cambiamos las palabras negro por hispano, al veterano republicano le ponemos el rostro de John McCain y en vez de plan de educación sea de sanidad obtengamos algo que nos resulte familiar. Otro de los motivos de la grandeza de El ala oeste de la Casablanca. No sólo hacer de la realidad algo apasionante sino ejercer de pitoniso del futuro. Otro motivo más aunque sí hubiera que escribirlos todos acabaría siendo un documento tan largo como la constitución estadounidense. Sólo hay que decir, gracias señor Sorkin. Autor Sorkin, mejor dicho.

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